Un estudio ha permitido desarrollar una herramienta capaz de diferenciar entre los tres tipos de aceite de girasol reconocidos en el mercado: convencional, medio oleico y alto oleico. La innovación busca proteger al consumidor y reforzar la transparencia en toda la cadena de producción y distribución.
El método se basa en la espectroscopia Raman con desplazamiento espacial (SORS, por sus siglas en inglés), una técnica que emplea un equipo portátil capaz de realizar mediciones en menos de dos minutos y sin necesidad de productos químicos. Se trata de un proceso respetuoso con el medio ambiente que se enmarca dentro de la llamada química analítica verde, orientada a minimizar el impacto ambiental en los procesos de laboratorio.
Tras el análisis de las muestras, se aplicó la metodología de las huellas instrumentales, conocida como fingerprinting, habitual en la verificación de alimentos porque permite identificar rasgos únicos de cada muestra, al igual que ocurre con la huella dactilar humana.
El equipo investigador combina además este enfoque con técnicas de análisis avanzado de datos como la quimiometría y el aprendizaje automático (machine learning), lo que permite detectar patrones invisibles al ojo humano y distinguir con claridad los tres tipos de aceite de girasol.
El aceite de girasol alto oleico, cada vez más utilizado en frituras, repostería y cremas untables, cuenta con un alto contenido en ácido oleico que le otorga propiedades beneficiosas para la salud similares a las del aceite de oliva virgen. Esta característica, que eleva su valor nutricional y económico frente a otros aceites vegetales, hace necesario garantizar que el consumidor reciba exactamente el producto por el que paga.
El avance cobra mayor relevancia tras la entrada en vigor del Real Decreto 351/2025, publicado en el Boletín Oficial del Estado el 30 de abril, que regula y reconoce oficialmente la existencia de los tres tipos de aceite de girasol en función de sus ácidos grasos. Esta herramienta se presenta como una solución práctica y rápida para dar cumplimiento a la normativa.
Según los responsables del trabajo, la técnica desarrollada supone un beneficio potencial tanto para la industria alimentaria como para los organismos oficiales de control, repercutiendo de manera positiva en la confianza del consumidor.
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