Una ausencia llamó la atención durante la 30ª Conferencia Regional de la FAO para América Latina y el Caribe, realizada este mes en Brasilia. Haití, uno de los primeros en confirmar su presencia en la reunión que definió las prioridades regionales de la FAO, canceló a última hora. El motivo: la caída del gobierno del entonces Primer Ministro Alexis, que no resistió las protestas contra el alza de los precios de los alimentos y los combustibles. Recordé a Betinho: el que tiene hambre, tiene prisa. Ni conversar quiere.
El hambre no comenzó ahora en Haití, tampoco es un hecho nuevo en la vida de la mayoría de los pueblos que aparecen en los titulares mundiales en las últimas semanas. Datos de FAO indican que, en el periodo 2002-2004, el 46 % de la población de Haití ya estaba subnutrida. El país vive en inestabilidad económica, política y social, tiene recursos escasos y está localizado en una región afectada por fenómenos climáticos que dificultan aún más la atención de los derechos básicos como el derecho a la alimentación.
Tomamos Haití como ejemplo. Pero también podría ser África, o regiones de Asia. El hecho es que el drama haitiano refleja desafíos que se repiten en la rutina de otros pueblos. Empujados por el alza de los precios de los alimentos, esos dramas, la mayoría de las veces anónimos, ganaron un nuevo sentido de urgencia.
En el caso de Haití, donde el hambre no puede ser satisfecha por la producción – aún insuficiente- de alimentos, la solidaridad internacional es fundamental y no ha faltado. Ejemplos recientes vienen de Brasil, cuya donación de 14 toneladas de alimentos fue un llamado a la comunidad internacional que resultó en la recaudación de US $ 5,7 millones para Haití. Otros gobiernos, liderados por Venezuela, planean la creación de un fondo regional de apoyo a la lucha contra el hambre.
Pero eso no basta. En la Conferencia que acabamos de desarrollar en Brasilia, los países de América Latina y el Caribe enfatizaron la necesidad de priorizar el desarrollo estructural de Haití y pidieron a la FAO que facilitase la cooperación Sur/Sur. La Conferencia destacó además que los esfuerzos en dicho sentido deben incluir no sólo a los gobiernos y organizaciones internacionales, sino también a los actores privados, el agronegocio y la agricultura familia. La historia reciente muestra que solos, ni el Estado ni el mercado resolverán los problemas de la pobreza, el hambre y la exclusión rural. Al contrario, el medio rural de la Región está marcado por fuertes contrastes: un pujante sector agropecuario volcado a la exportación convive con altos niveles de pobreza.
De ahí la necesidad de un esfuerzo conjunto para cambiar esa realidad. Sea facilitando el acceso a recursos naturales como la tierra y el agua, a través de programas de crédito y capacitación o garantizando mercados para sus productos, invertir en la agricultura familiar es clave para permitir la inclusión social de millones de personas: más de la mitad de los 71 millones de indigentes de América Latina viven en el campo.
En el corto plazo, el incentivo a la producción familiar puede garantizar la autosuficiencia de esas personas y mejorar sus ingresos, además de ampliar la oferta local de alimentos. En el mediano plazo, siembra condiciones para superar la exclusión y la inseguridad alimentaria. Muchos gobiernos ya están trabajando para eso, en algunos casos con el apoyo de la FAO, a través de los Programas Especiales para la Seguridad Alimentaria que existen en 27 países de la Región, por ejemplo.
Este apoyo es aún más importante en el momento actual de alza de precios y, en especial, para los países de baja renta y con déficit de alimentos. Según estimaciones de la FAO, en 2007-2008, dichos países deberán gastar 56% más que en 206-2007 para comprar comida. En la Región, Haití es el caso más grave, pero no el único.
La FAO puede y ya ha ayudado a varios países a enfrentar esta situación usando su experiencia en la introducción de modelos de agricultura sustentables y en la creación de marcos institucionales y políticas públicas que promuevan la seguridad alimentaria. Garantizar el derecho a la alimentación, por ejemplo, es el objetivo de la Iniciativa América Latina y Caribe Sin Hambre, confirmado como el eje prioritario de los trabajos de la FAO durante la Conferencia Regional.
El caso de Haití trae a la luz otro desafío: enfrentar las enfermedades transfronterizas de los animales. Dificultando aún más una situación alimentaria complicada, Haití suspendió las importaciones de pollos y huevos de República Dominicana después que fueron detectados casos de gripe aviar de baja patogenicidad en el país vecino. Mantener la Región libre de la Influenza Aviar de Alta Patogenicidad H5N1 asiática y controlar y erradicar otras enfermedades transfronterizas es parte de los esfuerzos para ampliar la oferta de alimentos saludables. Esto es importante para la seguridad alimentaria y para ampliar los mercados de los productos agropecuarios de la Región.
Desde la inocuidad de los alimentos al alza de los precios, la 30ª Conferencia Regional de la FAO abordó diversos temas importantes para el desarrollo de América Latina y el Caribe. Los debates no resultaron en soluciones mágicas, pero el horizonte de los desafíos adquirió una transparencia que da pie para el optimismo. Junto con las iniciativas de emergencia, los gobiernos y organismos internacionales deben apoyarse en iniciativas de desarrollo que ofrezcan respuestas no sólo para las manifestaciones agudas de la crisis, sino también a sus conflictos históricos.
En una Región en la cual la oferta de energía alimentaria per capita es suficiente para que todos tengan una dieta saludable, el problema no es la producción, sino el acceso a los alimentos: falta dinero para comprar comida. El apoyo a la agricultura familiar ataca el problema crónico y agudo de una de las capas más vulnerables de la población, garantizando comida para consumo propio y rentas por la venta de los excedentes.
Un salto histórico puede ocurrir con la asociación de la producción familiar con un sector de punta en la economía del siglo XXI: los biocombustibles. En Haití, por ejemplo, se puede modernizar la industria azucarera dedicada a la producción de ron y redirigirla a la producción de etanol. En los países interesados en la Región, FAO va a ayudar a hacer un mapa del potencial de producción de bioenergía y apoyar el desarrollo de programas que agregan renta a los que la necesitan sin amenazar la seguridad alimentaria que toda la sociedad anhela.
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